Creo que no te he contado que hace cinco años mi padre se prejubiló y decidió dedicarse en cuerpo y alma a la agricultura. Concretamente se hizo olivicultor y desde entonces cuida de un radiante olivar en su tierra, Huelva. Ver crecer esos olivos se ha convertido en uno de los acontecimientos más importantes para mi familia, y observar cómo todo un ecosistema de aves, insectos y pequeños animales se consolida en lo que antes era un terreno yermo y desangelado, nos produce una intensa emoción. Tan intensa como la preocupación por la falta de lluvias, que se ha instalado en nuestra vida y conversaciones cotidianas y ya es un elemento de ansiedad y debate semanal.
No llueve. Y cada vez que llamo a mi padre para charlar un rato, su respuesta a cualquier qué tal se acompaña un pequeño parte sobre el estado del agua en el campo. Sigue sin llover. Dieron lluvias pero al final nada. No sé cómo vamos a pasar el verano. A ver qué pasa con la cosecha porque con tanto calor están cayendo las flores antes de tiempo. Ayer estuve tomando algo con los vecinos y están todos desesperados. Ni una gota.
Es difícil ser negacionista en el campo, especialmente en el sur de España. Hace diez años, cuando mis hermanastros eran pequeños, había que decirles que tuvieran cuidado de no caerse al río cuando salían a jugar, porque llevaba bastante corriente y era peligroso. Ese arroyo ya simplemente no existe. Que tenemos un problema serio con la escasez de agua o con el aumento de las temperaturas lo saben mi padre y sus compañeros agricultores de la zona, pero también lo sabemos en las ciudades donde empezamos a padecer en abril las temperaturas de julio y nos pilla sin sombras en los patios de los colegios ni espacios públicos donde protegernos del calor.
Ha costado y sigue costando muchísimo, si no que se lo digan a los científicos de AEMET que esta semana han sufrido insultos y acoso por parte de grupos negacionistas, pero el tema está sobre la mesa. En las televisiones, en la prensa, en las redes sociales, en las organizaciones no solo ecologistas sino también de derechos humanos y justicia social. En los bares y en los ascensores hablamos de olas de calor, de escasez de lluvias, de la contaminación y de las alergias que este año se han multiplicado como nunca en Madrid. Hablamos de emisiones de gases de efecto invernadero, de industrias altamente contaminantes, de microplásticos, de contaminación de las aguas, de biodiversidad, de eutrofización, de incendios, de poner toldos en los patios o plazas, y hasta del greenwashing en empresas que intentan tomarnos el pelo haciéndose pasar por sostenibles.
Pero no escucho hablar de animales. Nada sobre cómo nuestra relación de explotación y dominación sobre ellos ha creado y contribuido a muchas de las monstruosas industrias responsables de todo este desastre. Nada sobre cómo las macrogranjas intoxican territorios enteros con sus purines dejando aguas y tierras contaminadas, nada sobre cómo estamos haciendo filetes más del 80% de la tierra cultivable, dedicada hoy a plantar cereales para fabricar piensos que después harán engordar rápidamente a esos millones de animales que desesperan hacinados en oscuras e infectas naves industriales. Nada sobre cómo la desertificación y la extinción de especies avanzan a toda velocidad por los residuos de la ganadería industrial. Nada sobre los ríos de aguas podridas por químicos de la industria del cuero, nada sobre cómo la caza está desequilibrando nuestros ecosistemas para luego vendernos el cuento de “arreglarlo”, nada sobre las toneladas de peces arrancados del mar para morir asfixiados ellos y empobrecidos nuestros océanos.
¿Y si los animales son la pieza que falta?
Creo sinceramente que no saldremos adelante sin replantear nuestra relación con ellos y sin deconstruirnos el antropocentrismo. No podemos ir así por la vida, no hay planeta que nos aguante. ¿Te das cuenta de que jamás en la historia de la humanidad hemos criado, capturado, dañado ni matado a tantísimos animales? Este delirio de dominación y muerte industrializada tiene que parar. Por justicia, por empatía y por supervivencia.
Porque como dice la activista Lucía Arana: donde a los animales no les va bien, a los humanos tampoco.
No se como lo haces Amanda, pero cada domingo consigues hacerme emocionar y hacerme pensar...
Los animales llevan tiempo pagando estos comportamientos humanos, pero lo vamos a pagar todos... Nos estamos cargando nuestro mundo. Si desaparecemos como especie el planeta lo agradecerá. No tengo esperanza en que esto vaya a cambiar 😔.