La primera vez que entré en una granja industrial de cerdos tenía 23 años. Llevaba ya un tiempo involucrada en la defensa de los animales, pero nada me había preparado para lo que vi ese día. El olor a amoníaco era insoportable y escocía en los ojos, una mezcla pastosa de orina y heces se derramaba por los pasillos que rodeaban los minúsculos corrales donde decenas de animales hacinados se apelotonaban aterrorizados. Muchos tenían llagas, heridas infectadas, bultos en el abdomen o tumores que colgaban, agrietados por el roce contra el suelo.
En la zona de madres recién paridas, las hembras mordían compulsivamente los barrotes de las jaulas de gestación donde no podían ni darse la vuelta. En la entrada de aquel pasillo a cuyos lados se sucedían una tras otra las cerdas desesperadas, había una carretilla con una montaña de cadáveres de bebés. Un pequeño cuerpo amoratado sobre otro, un pequeño cuerpo aplastado sobre otro. Una carretilla hasta arriba de los que no habían podido soportarlo nada más nacer.
Quería salir corriendo de aquella nave oscura, húmeda y apestosa con todos los aún vivos en los brazos. Pero solo pude grabar para mostrar esa realidad al mundo. Y no olvidarlo nunca para poder contártelo hoy.
Después de esa granja vinieron bastantes más: pollos, gallinas ponedoras, vacas, ovejas. Todas estaban llenas de angustia, dolor, heridas y miedo. Y todas cumplían las normas de bienestar animal.
Algunas de ellas, incluso, habían recibido premios de excelencia, pequeñas placas doradas con estrellitas y laureles que colgaban con orgullo de la puerta. Mientras tanto, al fondo, gritaban los animales, y el sonido metálico de los barrotes chocando rítmicamente contra sus cuerpos heridos y enloquecidos cortaba la respiración.
Cuando se habla de bienestar animal, la mayoría de la gente asume que significa que los animales no sufren. Que están bien.
Y a la mayoría de la gente le importa. El Eurobarómetro, que mide la preocupación de la ciudadanía europea por distintas cuestiones, entre las que se encuentra la protección y el bienestar de los animales, arroja en los últimos años datos cada vez más reveladores. En el de 2023 encontramos que el 91 % de los españoles encuestados creen importante proteger el bienestar de los animales de granja (el 45% lo consideran ‘muy importante’, y el 46% ‘bastante importante’). Y el 80% considera que en general el bienestar de los animales de granja en España debería estar mejor protegido de lo que lo está en la actualidad
Pero, ¿sabemos de qué hablamos cuando nos referimos al bienestar animal? Hay algo de espejismo cegador en la elección de las palabras, es muy difícil llenar un concepto como “bienestar” con las imágenes reales de cualquier explotación ganadera, de cualquier matadero. Es una trampa al imaginario colectivo, y los departamentos de marketing de las industrias se han encargado de rellenar la palabra con imágenes de animales felices en prados verdes. Y con ellas han forrado los cartones de huevos, las etiquetas de los filetes en bandejas plastificadas y de las vísceras listas para cocinar.
Las leyes de bienestar animal suponen una regulación mínima, pensada básicamente para que los animales no mueran ni se maten entre sí antes de llegar al matadero.
¿Sería mejor que no hubiera ninguna normativa de bienestar animal? En absoluto. La exigencia normativa alivia algunos padecimientos a los animales y presiona a las industrias, quienes tienen capacidad suficiente para impulsar a su vez transiciones y cambios en el modelo productivo. Así ha ocurrido en algunos inspiradores casos como la empresa alemana de salchichas que decidió quedarse solo con su línea de productos 100% vegetales, o granjas de explotación animal que se han reconvertido y reaprovechado sus infraestructuras para producir proteína vegetal.
No podemos negar a estas alturas que lo del bienestar animal tiene más de marketing que de progreso.
Porque, incluso ante las normativas más avanzadas del mundo podríamos preguntarnos, ¿qué bienestar es posible en una vida de encierro, explotación y matanza para seres que quieren vivir sus vidas, ser libres y no sufrir?
Un buen ejercicio sería coger una ley cualquiera de bienestar para animales de producción, tanto en la cría como en el transporte y la matanza. Leer unos párrafos y pensar qué de todo eso nos gustaría para nuestro perro o gato. Y si algo de esa vida lo elegiríamos libremente para nosotros y nuestra familia. Si la respuesta es que no, entendiste la trampa del bienestar animal.
Hace décadas que organizaciones y activistas en defensa de los animales documentan la realidad de las granjas y mataderos. Investigaciones que a veces han abierto telediarios, y otras han quedado invisibilizadas tras la cobardía de unos medios incapaces de señalar a sus principales pagadores. Hay que ser muy valiente e independiente para abrir tu periódico con imágenes de los cerdos criados por la marca de embutidos que te patrocina.
Investigaciones en sectores e industrias que ponen sobre la mesa cientos y cientos de granjas, prácticas estándar, explotaciones premiadas. Pero nunca parece ser suficiente para quitar la dichosa advertencia de que solo son “casos aislados” antes de pasar a la siguiente noticia. No vaya a ser que alguien se cuestione la compleja, abusiva y torcida relación que mantenemos con el resto de los animales.
Si quieres verlo con tus propios ojos, te recomiendo empezar por las investigaciones de Igualdad Animal, el trabajo del fotoperiodista Aitor Garmendia y su proyecto Tras los Muros, o la recién publicada investigación del colectivo ARDE en una granja que suministra carne de pollo a Mercadona.
La situación de los animales es tan desgarradora que ni siquiera estas leyes de mínimos se cumplen. Imagínate cómo será el panorama para que muchas grandes organizaciones en defensa de los animales tengan que dedicar buena parte de sus recursos a denunciar las irregularidades e incumplimientos de estas normativas. Siendo como son tan básicas y elementales que abochornan a cualquiera que se detenga cinco minutos a ponerse en el lugar de los animales.
¿Y entonces qué? Entonces toca repensar nuestra relación con los animales. Debatir el horizonte posible al que dirigirnos como civilización y dejar atrás el vergonzante modelo alimentario que hemos normalizado, donde los animales se crían para matarlos por decenas de miles cada segundo. Nos perseguirá la misma culpa que ahora nos asola ante las peores masacres de la historia.
En el siglo de las transiciones no podemos olvidarnos de la alimentaria y de las proteínas alternativas: la alimentación vegetal es la base del mejor futuro posible. Por muchas razones, pero hoy me centro en la más importante para mí que son los animales.
La cosa del bienestar animal es esa tirita que te pones para no ver la herida mientras se te infecta y se llena de polvo y de pus. Es parte de la narrativa que necesitamos tener a mano para protegernos de la cara más cruel e inhumana de nuestra especie.
Pero es solo eso, un pequeño lava conciencias diseñado al gusto del vendedor y que nos permite pegar siempre otra patada hacia delante. Podemos hacerlo muchísimo mejor que eso.
Tal vez este boletín sea tu señal para dar el siguiente paso hacia una alimentación vegetal. O para compartirlo con esa persona que sabes que se lo está pensando.
Estoy aquí si necesitas una mano en el proceso, escríbeme y estaré encantada de mandarte sugerencias de por dónde tirar.
Que el espejismo del bienestar animal no nos nuble la empatía ni el deseo de justicia para los animales.
Con cariño,
Amanda.
*Fotografía de Igualdad Animal / Aitor Garmendia
Precioso texto, como siempre. Pero me gustaría recalcar que el problema no está en el abuso, sino en el mero uso. Que a mí como vegana haya quien me ofrezca chocolate suizo con leche de 'unas vacas que viven muy bien' me salta muchas alarmas: deberíamos saber, a estas alturas, que los animales no son recursos a nuestro servicio, independientemente de cómo los tratemos para lucrarnos de ellos. Que merecen vivir bien y que sus vidas les importan como a nosotros las nuestras.